sábado, 21 de agosto de 2010

Vampiros: Los Señores De La Noche


Vampiro. En cada uno de nosotros evoca un sentimiento distinto. Pero de alguna manera todos sentimos lo mismo. Y esto ocurre porque el vampiro es, esencialmente, puro sentimiento. Quizá podríamos llegar incluso más lejos, y afirmar que el vampiro es pura esencia, esencia viva.

El vampiro está mucho más allá de ser una simple criatura que se alimenta de la sangre de pobres e inocentes victimas. Ha trascendido todo eso, y personifica una serie de ideales, una serie de estados físicos y mentales. Ser un vampiro significa estar en conflicto.

Conflicto eterno.

Por un lado representa la unión de la persona y la bestia. La persona que fue antaño, junto con su carácter y personalidad, podían ser de diversa naturaleza. Podía escoger entre diferentes opciones…pero su naturaleza vampírica trae consigo algo nuevo… un nuevo aspecto visceral y primitivo que sólo unos pocos podrán llegar a controlar:

La bestia.

La bestia lo condiciona y lo domina todo. La bestia sólo destruye. La bestia no crea. La bestia sólo mata.

Sin embargo, la bestia puede amar, y lo hace más apasionadamente que cualquier mortal. El vampiro puede amar de una forma que sólo puede comprender la persona amada. Y aquí sobreviene uno de los peores momentos para él, pues es un ser avocado al odio y a la destrucción, pero que es capaz de sentir amor y pasión como ningún otro ser podrá experimentar jamás.

Se convierte así en la encarnación del romanticismo, en un sentimiento gótico que habita dentro de nosotros. La eternidad de un ser que sólo existe para quitar la vida, pero que es capaz de amar dolorosamente.

La oscuridad en la que vive inmerso hacen que deba luchar continuamente para no destruirse a si mismo. Y no es una destrucción física. Es la destrucción de sus propios sentimientos, de su propia esencia.

El poder de un vampiro no reside en sus magníficas capacidades físicas, en poder transformarse o fundirse en la niebla. Su auténtico poder está en el mundo de las ideas, en un mundo metafísico de sensaciones en el que todo es posible, un mundo subjetivo capaz de afectar a la propia naturaleza de las cosas y de los pensamientos.

El vampiro no es un ser oscuro como tal. Aunque algunos lo considerarían la criatura más oscura de todas, otros podrían pensar que no es así, pues se ve arrastrado a dicha oscuridad sin remedio ni salvación, y sienten compasión por él. Este sentimiento de compasión, de querer salvarlo de sí mismo, es el motor del romance: Es la fuerza que impulsa a la mujer amada a arriesgarlo todo, incluso su propia vida, para rescatarlo de las garras de la noche.

El vampiro se percibe a si mismo desde la oscuridad, pero son quienes viven ajenos a su mundo y a su naturaleza quienes lo verán envuelto en tinieblas.

¿Por qué resulta tan atrayente, si es portador de la muerte?

La respuesta la encontramos en la naturaleza del ser humano. El vampiro es la unión de lo sagrado y lo infernal. Representa lo bueno y lo malo que hay en cada individuo, pero lo hace de un modo muy especial. Es la respuesta a nuestras dudas interiores… de alguna manera es la luz en la oscuridad. Por eso la llamada del vampiro resulta irresistible, pues es la llamada a nuestra conciencia.

La fuerza de su llamada reside en la fascinación. Su poder ejerce tanto una atracción física como emocional, capaz de someternos sin esfuerzo, porque será un sometimiento voluntario, incluso deseado. Nos arrastra por un sendero que termina en un negro abismo del que queremos alejarnos, pero del que no trataremos de apartarnos cuando el negro abismo nos devuelva la mirada. Es la rendición a los verdaderos deseos del ser humano. Es una fuerza basada en la sutileza, en la elegancia de doblegar sin imponer, en seducir …hasta que uno se rinde a su oscuro magnetismo y acepta la derrota.



N.A. Gladish
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